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UNA CIUDAD TORCIDA PARA PERSONAS TORCIDAS
A mi nadie me había advertido sobre Ámsterdam.
Sólo me habían hablado de su belleza, sin argumentos.

Como ese libro criticado que lees por curiosidad, la curiosidad me acompañó a Ámsterdam y allí se marchitó.
Nadie me había hablado de un gato en un café
y de una pila de bicicletas,
como cadáveres incinerados amontonadas,
sin dueños, sin cuidado.
Nadie me había hablado de las ventanas de las casas,
del secreto reflejo de algún local en el río.

Tampoco del morado, ni del púrpura,
ni del berenjena de los ladrillos.
Pero sobre todo, a alguien se le olvidó mencionarme
su revelación, el viaje escondido en un parque,
los diamantes en el agua,
los gigantes entre los árboles
y un pájaro que parecía un viejo amigo.
Tengo que dar las gracias a todos aquellos que no me advirtieron
sobre Ámsterdam. Descubrirla fue descubrirme a mí misma.




























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